miércoles, 10 de abril de 2013

Principado de Liechtenstein

Oficialmente conocido como Principado de Liechtenstein, su historia es bastante aburrida. Como tantos otros reinos y principados tiene su origen en el Sacro Imperio Romano Germánico y nunca fue relevante para la historia Europea debido a su posición geográfica.

Tras la disolución del imperio y hasta la primera guerra mundial tuvo fuertes vínculos con su vecino Austria, pero por lo devastado que quedo el país tras el conflicto bélico, realizaron una unión aduanera con Suiza y hasta empezaron a usar la misma moneda.


Aunque no forma parte de la Unión Europea se puede circular libremente por todo su territorio sin necesidad de hacer trámites migratorios en sus fronteras.

Liechtenstein cuenta con poco mas de 30.000 habitantes, de los cuales una tercera parte son extranjeros.
El país es un paraíso fiscal. Uno imagina que todos son banqueros sobriamente vestidos que van caminando a paso ligero. Algo de verdad hay en ello, pero hay mucho más. 
El principado brinda enormes ventajas impositivas, y por ello están establecidas aquí centenares de miles de empresas de todos los rincones del globo.

No recuerdo mucho de mi primer viaje a Liechtenstein. Fue alguna vez, con mi padre, en un road trip que hicimos por los alpes hace más de 20 años cuando era solo un niño.
Mis recuerdos son vagos. No sentí en esa ocación demasiada diferencia con Alemania, país que para ese entonces ya había visitado en varias oportunidades.
En mi segunda visita, esta vez de adulto y mas preparado, me decidi aprovechar nuevamente las fantasticas rutas europeas, y visitar este pequeño pais.
Luego de recorrer desde el auto y sin bajarme algunas de sus muy pequeñas ciudades, me dirigí a su capital, Vaduz.
La capital es pequeña. Parece casi un barrio cerrado o residencial, que crece a los lados de las montañas con muy lindas construcciones, pero casi todas modernas.

Por la calle principal iba solo en mi auto y muy cada tanto se aparecía otro como para no hacerme sentir que estaba manejando por algún lugar cerrado al tránsito.
Por esta calle pase por el departamento de bomberos y me baje a mirar de cerca un bonito Land Cruiser que allí tienen.
La única persona que se encontraba en la estación me dejo estar.

Continué por la calle principal, pero no mucho más pues ya parecía acabar Vaduz, así que retorné apuntando con la vista al Castillo de los príncipes, que por su ¨modestia¨ me hacia dudar si se trataba de aquel. De todos modos no pude llegar ni acceder pues está cerrado al público. Me dedique entonces, desde lejos a sacarle alguna que otra fotografía.

El camino es idílico. Muy parecido a esos lugares de Suiza que nos recuerdan a donde vive la vaca de Milka, los famosos chocolates.
El aire es puro, fresco y no se oye más sonido que el de la naturaleza.
Volví a bajar hacia esta calle principal. Deje el auto estacionado en una de sus tranquilas calles y me dispuse a caminar tratando de saber más.
Aquí si había autos y de a docenas, pero la calidad de su parque automotor no me sorprendió tanto como esperaba y todos parecían estar llegando tarde a algún lugar.
Todas las casas son bajas y parecen pequeños búnkers  pero hay unas pocas que son viejas y de madera. Son las mas pobres.

Comparte con Uzbekistan la particularidad de ser los únicos dos países en el mundo que no tienen salida al mar ni tampoco los vecinos que los rodean, y fue de los últimos países del mundo en permitir a las mujeres votar (1984).
Probablemente me equivoque, pero ya sentía que no tenía mayor sentido dormir allí. Salí silbando bajito y me fui a dormir a Lausanne, una de las más bellas ciudades de Suiza. No podía creer lo que me costo conseguir un hotel donde quedarme, pese a que mi GPS me mostraba opciones de a docenas.

Pasada la media noche conseguí uno carísimo en una cadena de las grandes y más conocidas. Ya me daba igual, solo quería llegar a algún lado y descansar. Me molesto un poco el hecho que un hotel de ese precio y renombre no tuviera un servicio mínimo de comida para los que llegan a deshoras. Me comí los chocolates del frigo bar, los maníes y todo aquello que tenía a mano. Tomé las dos cervezas y el jugo de manzana y dormí hasta las siete de la mañana, hora en la que tenía que bajar a ponerle una moneda a la maquina de estacionamiento, estrellar el ticket contra el parabrisas y subir rápidamente a disfrutar de una hora o dos mas de sueño.


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