martes, 27 de enero de 2015

Huellas, flamencos y una metida de pata (Día 3)

Mientras acomodaba en el techo los 4 bidones de combustible que mi camioneta acababa de deglutir, pasó a mi lado Lars, el alemán del camino. Venía bajando con su recién formada familia desde Ecuador, y su viaje de varios meses estaba llegando a su fin. Convenimos con ellos ir juntos al cercano "Valle de la Luna", distante a muy pocos kilómetros del poblado de Cusi Cusi, en donde nos encontrábamos. Este otro Valle de la Luna bien debiera llamarse "Valle de Marte", pues es el rojo el color que se impone por sobre los pocos blancos del lugar.
Para ese día teníamos planeados un buen número de objetivos cruzando los mas variopintos paisajes en nuestro camino. Minutos mas tarde ya habiéndonos despedido de la pequeña familia viajera estábamos subiendo una cuesta que nos llevaría a Lagunillas del Farallón, un pueblo minero de menos de 200 habitantes que hasta 1940 era parte de Bolivia, y que como su nombre sugiere tiene mas de una lagunilla. Son dos alrededor del ejido urbano y estaban secas al momento de nuestra visita.

Volcán Granada de 5.697
Tras superar el pueblo continuamos aprovechando una tenue huella de piso rocoso que iba ascendiendo  y desapareciendo hacia lo mas alto del abra existente entre los volcanes Granada y Salle.
Siempre en ascenso y por una angosta huella con precipicio hacia la derecha, y sorteando las primeras planchas de hielo, vamos encarando buscando la manera de llegar del otro lado de esas altas montañas.
Eduardo va de copiloto de Elsa, con la Toyota Hilux abriendo el camino. Le toca bajarse cada trescientos metros a mover alguna roca fría y pesada que le obstaculiza el paso a la caravana. Una sola vez recibe ayuda, pero el hombre es fuerte. El aire escasea en la Puna y hay que tener sumo cuidado con los esfuerzos.
Los socavones se llevan parte del camino. La erosión hídrica es evidente a cada paso.
Tras lograr con esfuerzo el primer cometido de llegar hasta lo mas alto, circulamos por un piso de lajas flojas hasta el filo mismo de la montaña que ofrecía un mirador natural desde donde estirar nuestra mirada al mas abajo.
Desde este balcón natural se ven los ciénegos (o vegas) que rodean algunas lagunas y en donde pastan especies como la vicuña y otros camélidos pertenecientes a los rebaños de los campesinos que practican todos la transhumancia (o pastoreo en continuo movimiento con bases fijas, tipo poblados). Con Denis escuchábamos a los perros ladrar y guiar a los animales mientras tratábamos de llenarnos de ese escaso pero puro aire de cordillera.
Desde lo mas alto, ya todos en nuestros vehículos, buscamos a campo traviesa una salida que nos permitiera comenzar a bajar algunos cientos de metros y acercarnos a la poco conocida y remota Reserva Provincial Altoandina de la Chinchilla, un espacio protegido y apenas habitado de 157.000 hectáreas en donde teníamos interés de visitar algunas de sus doce lagunas.
El camino nos enfrenta por primera vez al Cerro Zapaleri, un volcán extinto de 5.619 metros de altura, que sirve como punto tripartito entre las repúblicas de Argentina, Bolivia y Chile.
Buscando siempre una forma de acercarnos a esta serie de lagunas altoandinas hipersalinas que son alimentadas por el agua de deshielo de los cerros circundantes, y que no tienen salida fluvial hacia el océano. Todas estas lagunas se encuentran por encima de los 4.500 m.s.n.m. y desde el año 2.000 fueron designadas como Sitio RAMSAR  por la gran cantidad de Parinas (Flamencos Rojos de Altura) existentes.
La primera que visitamos es la Laguna de Pululos. Mas chica que la de Vilama, pero de agua dulce y cerros circundantes de enorme belleza y gran cantidad de Flamencos.
Aprovechamos la oportunidad para hacer uno de nuestros almuerzos de altura, siempre provistos por el generoso Andy, en el que tras varias horas sentados, todos mis compañeros rechazaron mis fabulosas sillas de camping prefiriendo comer de a parado.
Tras el almuerzo, y aprender las diferencias entre los Flamencos y las Parinas, identificándolos con ayuda de unos prismáticos, proseguimos nuestro camino hacia Laguna Vilama , la segunda de estas escondidas aguas y la mas grande de todo este conjuntos de espejos de agua.
Sólo después de haber visitado estas dos primeras, y tras recorrer algunos pocos kilómetros se presentó ante nosotros la Laguna Colpayoc.
Nos faltaba ver la Laguna Palar, la cual bordeamos .Ahora tomaríamos dirección sur apuntando a una huella que va hacia el Paso de Jama, el único paso que comunica Jujuy con el país andino.
El avance es por caminos que presentan extrañas formas y vistas completamente diferentes a las que veníamos experimentando.

En la soledad de mi camioneta no puedo dejar de sorprenderme por lo duros y negros de mis mocos. Son verdaderas rocas.
La alta radiación solar va dejando sus primeras marcas. Imposible andar en mangas cortas. Mi brazo izquierdo ya presenta dos laceraciones.
Tras prender un cigarrillo y darle una profunda calada, este se me pega a la boca robándome un cacho de labio que no pude despegar con mis dos manos.
Pero todavía había que hacer camino, y el día estaba lejos de terminar. Teníamos que buscar un lugar en donde protegernos de las inclemencias climáticas de un lugar cuya amplitud térmica es brutal.
A veces por difusas huellas, pero la mayor parte por campo traviesa, no dejaba de sorprenderme por la belleza de la Puna y sus extraordinarios y generosos paisajes. Me sentía como manejando por el techo del mundo, y si estiraba la mano, casi de seguro tocaba el cielo.
Una manguera pinchada había dejado sin dirección hidráulica a la enorme Toyota Land Cruiser de Andy, que con mas de tres toneladas de peso bruto se hacía muy difícil de dominar en caminos angostos, y en cuestas que se hacían aún mas peligrosas. Mi pobre amigo, que siempre le pone lo mejor que ofrece el mercado a sus camionetas estaba frustrado por esta pequeña rotura que no nos dejaba avanzar en forma segura y coherente. Había que bajar a la civilización, a algún cercano pueblo en donde estos tres hombres que conocen de mecánica y se dan mucha maña pudieran solucionar el problema del vehículo mas poderoso de la flota.
Tras ver restos de pequeñas instalaciones mineras abandonadas en la inmensa aridez encontramos un camino por el que llegamos al pequeño pueblo de Rosario de Coyaguayma (o Rosario de Susques) un "pueblo de ceremonia" al que llegan algunas veces por año los aborígenes nativos que viven desparramados en sus ranchos de adobe, perdidos en la soledad de la Puna.
La iglesia colonial es de gran belleza, acentuada por lo remota de la ubicación. Tiene un arco de entrada y una torre que hace de campanario. El conjunto esta blanqueado y su techo de paja se encuentra en gran estado. Probablemente se haya construido para los trabajadores de todas las minas que hay en los alrededores. Hoy yace sola y le sigue dando la espalda al Volcán Granada de 4.780 m.s.n.m.
La tormenta acechaba por sobre la cordillera, y aunque nos sentíamos relativamente cerca, era hora de  proseguir camino acercandonos al Paso de Jama , en donde había unas fumarolas que Eduardo quería ver, y a las que no les tenía fe.
Bajamos una veintena de metros desde el camino para ver estas fumarolas sin humo (ya se que no era la hora correcta, si es que largan humo en alguna ocasión).
Metros arriba quedaban las tres fieles camionetas esperándonos con los motores encendidos, y contentas de estar en su salsa.
Buscando esta foto, lo hice.
Metí la pata en uno de esos tres o cuatro ridículos agujeros de agua caliente, casi tapados por la cantidad de hojas de coca, que como ofrenda colocan los pocos que saben de la existencia de estos mini geyseres. El olor a huevo duro podrido me obligo a un cambio de ropas, y a colocar las siniestradas en una bolsa en el techo de la camioneta, en donde muy a mi pesar logró llegar de vuelta a Buenos Aires.
El camino, a veces paralelo al Río Agua Caliente, y otra veces parece ir por el lecho mismo. Avanzaba la caravana en dirección sur, no muy lejos (en línea recta) del Paso de Jama, y con el firme propósito de desembocar en Susques, donde teníamos que lograr el cometido de la manguera.
Entre farallones, cañadones y extraños paisajes, siempre con la Cordillera de los Andes a nuestra izquierda, fuimos acercándonos hasta el poblado de El Toro (200 habitantes), en donde confirmamos que la forma más rápida de llegar a Susques era por la vieja y querida Ruta 40.
 Todo el grupo se sentía fuerte y con ganas de seguir. En tres días no habíamos cruzado un solo vehículo, mas siquiera un solo alma de la Puna.
Pero una sorpresa inesperada nos aguardaba en Susques.

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